Beltá Frajumar: ¿Cómo supiste que querías ser diseñador?
D.E. Gagliardini: Ciertamente no empecé por planificar mi vida profesional, todo fue paso a paso. Antes de ser arquitecto me licencié como aparejador y luego entré en la Universidad Politécnica de Milán.
Me licencié como arquitecto en 1974 y tras el correspondiente examen de calificación en 1975 me incorporé al Colegio de Arquitectos de Milán. Todo esto me llevó a un camino casi obligado, por eso me asocié con un compañero de estudios para formar un despacho de ingeniería.
Entre los diversos trabajos, realizamos una ampliación de una industria fabricante de muebles de exterior en ratán.
El propietario nos pidió que diseñáramos algunos productos.
Mientras tanto conocimos a un ingeniero técnico, quien además de colaborar con la industria de nuestro cliente, colaboraba también con otras industrias, incluyendo una empresa española que producía muebles de exterior en mimbre y sabiendo de mi época vivida en Madrid me ofreció el viaje a Gerona para presentarme a ellos con la intención de iniciar una posible colaboración.
Era el año 1982 y marcó el inicio de mis colaboraciones con diversas empresas españolas que operaban en diferentes campos y por eso mi debut como diseñador fue marcado.
Mi pasión por España era demasiado fuerte para no dedicarme a los viajes que me dieron la oportunidad de vivir mi pasión.
Así que dejé la arquitectura, que en ese momento estaba contaminada por «tangentopoli» para dedicarme al diseño.
BF: ¿Qué nos puedes contar sobre su experiencia colaborando para revistas de arquitectura y diseño como Ottagono, ddn, Riabita, editada por Rima Editrice y las revistas Style y Places, editadas por Fiera Milano Editore?
D.E. Gagliardini: Tardaría demasiado en responder en detalle para cada una de estas revistas, pero la pregunta me lleva a reflexiones que las unen: el concepto de «flashback» para explicar la narrativa me parecía abstracto.
No me di cuenta de que el flashback también se puede declinar sobre la realidad subjetiva, además de objetiva.
EN OTRAS PALABRAS, PARA DESCRIBIR MI CAMINO, ME PARECE REALMENTE IMPRESCINDIBLE «INTERRUMPIR EL ORDEN CRONOLÓGICO DE LOS ACONTECIMIENTOS».
Primero soy periodista o primero arquitecto. Me ocupo de proyectos y desde hace algún tiempo uso el lenguaje y el amplificador «social» para hacer viajar «nuestro» contenido.
Digo «nuestro» porque si no hubiera proyectos y diseñadores me faltarían tramas y protagonistas para mi narrativa. En estos años de trabajo he pasado de la máquina de escribir a los inicios de internet y a las plataformas de redes sociales. En estos cambios me oriento de una manera completamente instintiva. Me va bien la improvisación, me ha acompañado en mis diversas colaboraciones con las llamadas «pequeñas revistas», aquellas producidas fuera de los grandes circuitos editoriales, las llamadas revistas de sector.
Estos modelos de revistas en las que los arquitectos discutieron la teoría y la crítica de la arquitectura y del diseño, un fenómeno típicamente europeo en contraste con el mundo de las revistas apoyadas en la publicidad. Ellas cambiaron la forma de pensar sobre la arquitectura, volviendo a centrarse en la investigación en lugar de la profesión.
Su público privilegiado era el del mundo universitario y del diseño, del que procedían sus editores, casi todos profesores.
Una lectura narrativa que intento recuperar a través de mis artículos publicados por Diseño Interior, tratando de recrear un rincón de lo que antes fueron revistas de «escucha», dando voz a la memoria, para profundizar en el pasado la que ahora llaman modernidad.
BF: Sus piezas tienden a ser clasicistas y bastante atemporales. ¿Es una elección estética o pragmática?
D.E. Gagliardini: Creo que no es ni lo uno ni lo otro, es solo mi forma de ser para dar respuestas acordes con las necesidades de las empresas. Considero importante que el diseñador cree objetos que mantengan una función, que responda a una necesidad y que no sea solo la contemplación de la belleza. Por tanto, la belleza de un objeto debe estar en función de su finalidad, no debe desprenderse de su función.
En el diseño moderno, sin embargo, hay algunas excepciones, de hecho en algunos casos la función se desvanece en un segundo plano y la parte comunicativa es más importante, como en el exprimidor Juicy Salif de Philippe Starck (1990), incómodo e inutilizable para su función (el jugo gotea por todas partes porque no hay recipiente y las semillas no se separan), pero de una belleza particular y con un gran lado comunicativo.
Por otro lado, en cada momento de la historia, el hombre necesita no sólo de contenidos sino también de «formas».
Estamos viviendo un momento de repensar la cultura del diseño, quizás por eso hay muchas reediciones. Mi interés se dirige hacia modelos y tipologías sedimentadas, reinterpretados y reducidos a la esencia y con mayor rigor formal: índice de la cultura del diseño. La recuperación de la tradición se configura como una expresión artística nostálgica más que como retórica.
MI DISEÑO QUIERE SER UNA CARACTERIZACIÓN INDIVIDUAL QUE IDENTIFIQUE UN MODELO DE REFERENCIA DEL BUEN DISEÑO DONDE LA ARMONÍA, LA SENCILLEZ, LA UTILIDAD Y LA BELLEZA SON EXPRESIONES DE UNA ÉTICA DE VIDA.
Tipologías que tienen sus raíces en el pasado, que son eternas por su estética construida con tanto equilibrio con tanta armonía.
Nunca sentí el peso de la responsabilidad, nunca he tenido ansiedad, nunca busqué una confrontación.
Lo tuve claro de inmediato, cuando, todavía estudiante, busqué referencias en las cosas que proyectaba. Esta era mi forma de diseñar: primero tener una idea, un concepto, luego buscar una emoción. Un juego de relaciones estilísticamente unitario, que involucra todo, volumen, superficies, detalles. Precisamente en esta práctica del diseño radica la “modernidad” de mis diseños, ¿atemporales?, ¿clásicos?
BF: ¿Qué es para ti lo mejor de trabajar con Beltá Frajumar?
D.E. Gagliardini: Creo que empecé a colaborar con Beltá Frajumar ciertamente sin planificación.
Una vez más la casualidad marcó mi camino: una amistad, conociendo mi trayectoria profesional, me propuso presentarme a un fabricante de sofás, que tenía planes de ampliar la gama de mercado con nuevos modelos, etc.
Quedamos que en mi primer viaje de negocios a Barcelona me acompañaría a Yecla para hacer los primeros contactos. Y así fue. Me presentó a lo que entonces era Frajumar y me preguntaron mi opinión para llamar a la nueva linea «Beltá», me gusto enseguida; además en italiano quiere decir “belleza”.
¿Quién se opone a tanta belleza?
Presenté modelos, algunos los aceptaron y otros no los entendieron.
Luego poco a poco la colaboración se fue afianzando cada vez más, consideraron útil mi experiencia que une la cadena proyecto-producción-comunicación, pero lo más importante fue que la relación profesional generó la relación humana, encontré respeto y amistad.
Esto es lo que me parece positivo de trabajar con Beltá Frajumar: la relación que te involucra como persona, sintiéndote responsable, no solo profesionalmente, sino como persona merecedora de amistad.
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